EL HORROR DE LOS ÁRBOLES

 Un día de octubre, hace algunos años, dos amigos se encontraban caminando por un inmenso bosque. Sus nombres eran Juan y Anna. La familia del chico había organizado un día de campo en aquel lugar y él invito a su amiga a que los acompañara. Juan le había propuesto a Anna que lo siguiera a buscar un lugar en especial dentro del bosque. Ella acepto sin ningún problema pues, él y ella eran amigos desde hace varios años.

Anna preguntó:

Oye Juan ¿Qué es exactamente lo que me quieres mostrar?

Es una casa a medio construir. Mi padre, mis hermanos y yo siempre íbamos ahí para hacer fogatas y contar historias de fantasmas.   Contestó.

  Anna hizo un gesto de incomodidad y después río nerviosa.

¿Qué te pasa? pregunto él. ¿no me dirás que crees en esas cosas?

No, claro que no.

Juan sabía que Anna era asustadiza. Acababa de cumplir los 15 años y todo le daba miedo. Jamás quería ver películas de terror y todo lo que se relacionaba con el género lo evitaba. Para Juan resultaba divertido asustarla de vez en cuando, aunque siempre procuraba hacerla sentir bien. Entonces preguntó:

Bueno, eso significa que no te importará que te cuente algo aterrador. ¿Cierto?

  Ella respondió un poco enfadada:

Claro que no. ¿Qué crees que tengo cinco años? Esas cosas no me atemorizan.  Cuéntamelo.

Esta bien, lo haré. Cuenta la leyenda que en este bosque habitan unas criaturas que devoran gente. Las personas cercanas a este lugar las llaman "Brujas del Bosque". Dicen que una vez dos niños se perdieron durante toda una noche aquí dentro. Como el padre y la madre estaban preocupados, llamaron al guardabosque para buscarlos. Este les dijo que solo podían buscarlos cuando amaneciera. Al día siguiente, al buscarlos por la mañana, solo pudieron encontrar al hermano menor y cuando le preguntaron qué había pasado, el respondió que se lo habían llevado unas mujeres con patas de araña. Al igual que ese niño pocos las han visto y vivido para contarlo. Algunos dicen que son espíritus que viven dentro de los árboles y otros que son seres atroces, pero todos coinciden en que les gusta atemorizar a sus víctimas antes de matarlas. Esto me lo contó mi padre cuando era niño y es bien sabido por los pueblos cercanos. Aquellas criaturas solo aparecen de noche y es por eso que ninguna persona puede entrar a este bosque después de la tarde.

Anna volteo los ojos y soltó una breve risa. ¿Eso qué? dijo con tono irónico.

Los dos sabían que eran tonterías, un mito o leyenda que Juan había contado para pasar el rato y distraerse un poco, antes de llegar al lugar a donde se dirigían.

 Finalmente llegaron a la casa abandonada. El lugar era pequeño y algo sucio. Tan solo tenía cuatro paredes y un techo de lámina muy vieja, las paredes estaban pintarrajeadas con grafitis y manchadas por la humedad.  

‒ ¡Guau! Que cochinero. comentó Anna.

Cierto, no es tan divertido como lo recordaba. dijo Juan. Supongo que solo quería pasar tiempo a solas contigo.

Ambos se miraron a los ojos y se sonrojaron. Después, Juan busco el lugar más limpio en el que pidieran sentarse para platicar. Una vez recargados en el muro, divagaron acerca de sus vidas, más específicamente, de su amistad. Juan planeaba ser más que un amigo para Anna y la había llevado hasta ese lugar apartado para hacérselo saber. Anna se sintió conmovida y algo nerviosa, pero sabía que, en el fondo, también gustaba de él. El tiempo que habían pasado juntos los había unido más y más al pasar los años. Al final los dos chicos decidieron que serían novios en adelante.  Anna recargó su cabeza sobre el hombro de Juan y ambos quedaron profundamente dormidos.

Al despertar y tan pronto como abrieron los ojos, se percataron de que ya era muy tarde. Rápido, Juan se levantó y advirtió a Anna que debían irse. Ella asintió con la cabeza y volvieron a adentrase al bosque para regresar al campamento.

Después de un rato caminando, Anna noto algo extraño en la forma en que Juan miraba a su alrededor. Era como si no supiese hacia donde iba.

¿Estás perdido? Preguntó.

No. Respondió Juan. Sé muy bien por dónde vamos. Tranquila.

Aun con eso, ella se notó desconfiada, pues Juan todavía miraba angustiado el bosque. Pero decidió confiar en él.

El aburrimiento de Anna la llevo a distraerse mirando a sus alrededores. Las plantas, los árboles y las aves no le resultaban tan interesantes. Hasta que, el movimiento de un arbusto llamo su atención. Angustiada, toco la espalda de Juan y se lo dijo; señalando el arbusto.  Juan contestó:

Tranquila Anna, debió ser el viento o algún animal salvaje. Pero no te angusties, escuche que en este sitio no hay animales depredadores ni muy grandes. De cualquier manera, yo estoy contigo y no dejare que te pase nada malo.

Siguieron caminando por unos minutos.  La tarde cada vez se volvía más obscura. Los árboles más lejanos ya no alcanzaban a verse con claridad. El silencio y la tranquilidad del bosque ya no era relajante, sino inquietante. Anna se sentía completamente abrumada. Ella sentía que ya habían caminado demasiado, incluso más de lo que habían hecho al ir a esa vieja casa. Sabía que estaban perdidos y la mirada, aun intranquila de Juan, no ayudaba en nada. Para colmo, Anna empezó a sentirse observada. Era tanto el sentimiento que, a cada paso que daba, volteaba la mira hacia atrás solo para encontrase con un bosque quieto y callado. Lo que no hacía que dejara de sentir aquella sensación.

Buscando distraerse, intento conversar con Juan, pero este parecía no querer hablar. Pues apenas ponía atención a la chica.

Estamos perdidos. Acéptalo. Dijo Anna, enfadada.

Ya te dije que no. No molestes. Respondió igualmente enojado.

Desanimada por como Juan le había respondido, bajo la mirada. Al volver a ver el espeso bosque, noto en la lejanía, algunas sombras que se movían de árbol a árbol. La distancia era mucha y, como la luz del sol era poca, los arboles distantes se veían completamente oscuros, por lo que no podía saber si aquello que vio eran ramas movidas por el viento o algo más. Esto alertó a Anna por completo. Ahora sí que estaba asustada y pensó en decírselo a Juan. Sin embargo, sabía que él estaba ya muy agobiado e intentó guardar un poco de calma sin mencionárselo. Miro hacia el mismo sitio, pero ya no logro ver nada. Decidió seguir con la mirada baja y no pensar mucho en lo que estaba pasando.

Pasaron más minutos, la visibilidad era casi nula y el único ruido que podía oírse era el de las hojas de los árboles movidas por el viento helado que anunciaba la noche.

Poco tiempo después de ver aquellas sombras, Anna, sintió de nuevo la mirada que venía mortificándola. Pero esta vez, harta, decidió no mirar atrás. A pesar de eso, la chica sentía enormes ganas de hacerlo. Como si algo dentro de ella le gritara o le rogara voltear, pero ella siguió con la mirada en el suelo. La pesadez en el habiente era cada vez mayor. Anna sentía la presencia de algo que no dejaba de vigilarla y la actitud de Juan la ponía más nerviosa. No fue hasta que escuchó, proveniente de una voz aguda y susurrante, a alguien decir: “Anna”. Esto la horrorizó bastante. Pues la voz, no provenía de la lejanía de los árboles, ni de adentro de su mente, si no justo detrás de ella.

La joven aterrorizada y temiendo estar viviendo una situación como las de aquellas películas que tanto evitaba ver, casi soltó una lagrima. Corrió rápidamente a abrazar a Juan con fuerza. Confundido, preguntó qué pasaba, pero al contarle, Juan no le creyó y sólo se molestó aún más.

¡Puta madre, Anna! Dijo. Compórtate como alguien de tu edad. Ya es bastante malo estar perdidos aquí, como para que estés molestando con pendejadas de niña pequeña.

Entonces, ¿Admites que estamos perdidos? Dijo ella, al borde del llanto.

¡Si! Y no puedo concentrarme en encontrar el camino de vuelta, si sigues molestado cada cinco minutos. Basta, por favor. Nadie te está mirando, no hay brujas, no hay fantasmas, no hay voces. Es sólo tu imaginación y es muy molesto.

Anna calló por un momento y en lugar de seguir discutiendo y pensó por un instante que tal vez Juan tenía razón y todo había sido su imaginación. Pero algo no estaba bien, ella sabía que era verdad, podía sentirlo. Aunque ya estaba muy cansada de tanto caminar y no sabía ni lo que pensaba.

No quiero discutir contigo. dijo congojada. Si no me quieres creer no me creas. Pero por favor llévanos de regreso con tus padres. Prometo no volver a distraerte.

Gracias. Contestó Juan un tanto indiferente.

 Después de eso, Anna sintió una gran tristeza. Tristeza que se transformó en un escalofrió terrible al ver, entre la obscuridad de unos membrudos arbustos, dos puntos brillantes. Dos ojos de algo desconocido que la observaban fijamente. Rápido tocó el hombro de Juan y este volteo. No podía creerlo, esta vez, Anna decía la verdad. El chico se sintió apenado por no haberle hecho caso antes y, en un acto de gallardía, gritó con fuerza.

¡Ey! ¡Sal de ahí quien o lo que quiera que seas!

Se paró delante de Anna y la protegió con su brazo, mientras ambos miraban como aquella criatura se acercaba lentamente. Hasta que, dándoles un susto horrible, un ciervo salió corriendo por delante de ellos. Ambos gritaron fuertemente, mientras el ciervo se esfumaba entre los árboles. Después de unos segundos, con el corazón en la garganta, los chicos se tranquilizaron. Juan se disculpó con Anna, por no preocuparse por ella y hacerla sentir mal. Ella también pidió perdón por haberlo distraído y molestado, prometiendo no volver a hacerlo.

El anochecer había caído. La luz de la luna iluminaba tenuemente un bosque frio, y quieto. El poco ruido que se percibía era el del caminar de los chicos, grillos, cigarras, lechuzas y demás animales nocturnos. Los jóvenes abandonaron la idea y la esperanza de volver al campamento, por lo que decidieron enfocarse en encontrar un lugar en dónde pasar la noche.

Caminaban en la oscuridad y apenas podían ver un par de metros delante de ellos. Aún con eso, y con lo previamente ocurrido, Anna consiguió calmarse. Dejó de sentir y de ver cosas extrañas, atribuyendo la mayor parte a su imaginación y a aquel ciervo. Juan, también parecía haber mejorado su humor. Al ver que Anna temblaba de frío, tomó su chaqueta, que por suerte había traído, y se la puso encima.

Ya agotados de caminar decidieron sentarse a descansar y recargaron sus espaldas sobre el tronco de un árbol. Anna se sintió reconfortada. Ahora tenía a un novio que la cuidaba y la quería. Abrazó a Juan tiernamente, cerró los ojos e intento dormir. Él le dio un beso en la frente y ambos callaron por un largo rato.

Pasó más de media hora. Anna se había quedado dormida, pero juan se había propuesto a quedarse despierto toda la noche para asegurarse de que no pasara nada malo. De la nada, un ruido fuerte, como si hubiesen golpeado la copa de un árbol, se escuchó unos metros detrás de ellos. Rápido, el chico despertó a Anna y se pusieron de pie para intentar vislumbrar de donde había venido semejante sonido. Pero un chillido grotesco y estruendoso de animal, les mostro su procedencia. Era aquel ciervo, aún con vida, enterrado a gran altura entre las ramas de un árbol. Retorciéndose de dolor mientras su sangre descendía por la corteza y manchaba las hojas. Horrorizados, los chicos escucharon, entre la penumbra del bosque, risas burlonas de mujeres. Anna recordó todo lo sucedido en un instante y miro a Juan con una desconsolada mirada; no podía más con esto.

Juan, por su parte, tragó su gran nudo en la garganta y tomó su mano para tranquilizarla. De repente, una enorme mano blanca atravesó el pecho del chico, estiró sus dedos de manera grotesca, y lo jaló hacia la oscuridad.

Anna gritó con gran fuerza y comenzó a correr despavorida evadiendo árboles y arbustos, hasta que tropezó con una rama gruesa. Al intentar levantarse, miró como la rama se movía lentamente y se arrastraba por el suelo. La chica, atónita, miró hacia arriba, siguiendo la extraña rama con su mirada y vio a un ser horrible, con piernas y brazos largos como las de las arañas; que cargaban un pequeño torso y un rostro pálido y espectral. No tenía ojos, solo cuencas bacías, oscuras y sin alma. Sus extremidades tenían el aspecto de corteza de árbol viejo y estaban cubiertas de moho. La extraña criatura, la miro fijamente y después sonrió mostrando una enorme boca que atravesaba su cara de oreja a oreja, como la de los lagartos y unos dientes puntiagudos y podridos.



Anna se levantó con torpeza e intentó correr nuevamente. Pero fue tomada de la pierna y arrastra por el lodo sin que pudiera hacer nada. Rápido, intentó levantarse de nuevo, pero sus brazos temblaban por el terror que sentía. Angustiada, se percató de que más criaturas similares, que caminaban como arañas, se acercaban rodeándola y murmuraban entre ellas.

Miren a la niña torpe Decían, seguido de risas chillantes y ásperas.

Se preguntaban, que harían con ella, si podrían matarla, comerla o torturarla. Hasta que una de ellas la tomo por la cabeza con fuerza y la levanto hasta ponérsela cara a cara.

Esta tiene cara de cobarde. dijo, echándole su aliento que olía a animal muerto.

¡Dale un susto! gritó otra desde el fondo, mientras reía.

La criatura abrió su monstruosa boca como una serpiente, produciendo un chillido nefasto y estruendoso. Anna lloró y gritó con todas sus fuerzas hasta perder la voz. Inmediatamente, la criatura la tiró al suelo lastimándola de una pierna. Tomando su pierna y retorciéndose del dolor, observó como las criaturas andaban en círculos alrededor de ella, mirándola fijamente con macabras sonrisas. Una de ellas se encamino presurosamente hacia la chica y la levanto del suelo con rudeza.

Anda, corre. Te daremos tiempo. Dijo la criatura mientras empujaba a la niña.

Anna corrió tan rápido como pudo con la pierna herida. Cansada, encontró la casa donde ella y juan habían estado. Pero, antes de que pudiera acercarse más, el brillo de unos ojos que asomaban desde el agujero de la puerta, la detuvo. Lentamente, una criatura similar a las demás salió de la puerta. A diferencia de que esta era más delgada y su cuerpo estaba más obscuro y pútrido que el de las otras. Además del brillo en sus ojos, similar al que provenía de aquel ciervo.



Te veías tan asustada desde los arbustos «Anna» dijo la criatura, con la misma voz aguda y susurrante que hace horas había escuchado.

Después, rio descaradamente y de tras de ella, levantó el cadáver de Juan, con el hoyo en su pecho aun sangrante, y comenzó a balancearlo lentamente bajo sus garras.

Anna volvió a romper en llanto y gritó:

¡No! ¡Juan! Por favor, no. Cayendo de rodillas al suelo, para luego, abrazar sus rodillas recostada en la tierra. Para su desdicha, las otras criaturas llegaron, escurriéndose entre los árboles. 

Te encontramos. Señaló una de ellas, con un tono de burla.

Paralizada, cerró los ojos y espero a que esas cosas la asesinaran, pero al abrirlos noto que ya no estaban. En su lugar, había solo altos árboles. Un inmenso y obscuro bosque que la envolvía de ansiedad. Seguían ahí, y ella lo sabía. Sentía esa mirada que la perseguía desde un tiempo atrás y supo, con horror, que estarían ahí con ella, toda la noche.

La joven quedo tirada hasta el amanecer abrazando sus rodillas. Cuando llegaron los guardabosques, junto con los padres de Juan, la encontraron rígida en el suelo y apenas pudieron levantarla. Ella no podía hablar, sus ojos no parpadeaban y su mirada de terror aún permanecía. Al verla con la pierna herida la llevaron a un hospital y le preguntaron qué fue lo que pasó, pero la chica no pudo decir ni una palabra; ni siquiera podría explicarlo.

Después de unos meses, Anna recupero la cordura, y poco a poco, intentó vivir su vida tranquilamente. Pero cada vez que ve los árboles vuelve a vivir aquel horror, porque sabe que ellas están ahí, observándola. En los árboles de la escuela o en los de la calle que puede ver desde la ventana de su habitación.

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