The Bloop (la historia detrás del sonido)

The Bloop

Durante la Guerra Fría, las Fuerzas Armadas de Estados Unidos colocaron numerosos micrófonos anclados en el fondo del océano con el fin de detectar submarinos nucleares soviéticos. En 1997, al revisar y arreglar dichos micrófonos, se detectó en las costas de Chile, a unos 5.000km de Iloca hacia el oeste en el Pacífico sur, un sonido potente al que los científicos bautizaron como Bloop. El sonido desciende lentamente en un rango de frecuencia casi sub-sónico durante aproximadamente 7 minutos y fue de amplitud suficiente como para ser detectado por tres sensores submarinos. 
Este tipo de señal no se ha vuelto a escuchar antes o después. Se determinó que el origen del sonido estaba ubicado cerca de un punto distante en el sur del Océano Pacífico, al oeste de un extremo de América del Sur, frente a las costas de Chile a las 15:30 del 19 de mayo 1997.
Aunque se especuló bastante con que la fuente de dicho sonido fuese un animal submarino, al final pareció ser consistente con terremotos generados por grandes icebergs cuando se agrietan y fracturan, ​ aunque esto nunca pudo ser comprobado.’

Esta es toda la información que conseguí acerca del, ya a estas alturas, famoso sonido “bloop”. Sin embargo, existe una verdadera, pero poco creíble, explicación a todo este asunto.  
Es claro que el sonido fue provocado gracias al desprendimiento de un iceberg, pero también, es verdad que existe una criatura submarina de enorme tamaño que habita en el fondo del océano Pacifico.  

Mi nombre es Joseph Molina, tenía tan solo 27 años cuando trabajé en el submarino K 141 para la Unión Soviética ya que, en 1995, viajé a Europa a conseguir dinero para mi familia que había quedado en bancarrota después de que un estafador nos robara los papeles de la casa. Fue por eso que, con esfuerzo, conseguí el empleo con un general ruso.
 En ese lugar tenía como tarea dar mantenimiento a todo el submarino, puesto que era lo único que podía hacer y generalmente nunca me decían las misiones que dictaban a la tripulación.

Durante 8 meses, trabajé lo más duro que pude. Esperando poder mandar algo de dinero a mi familia lo antes posible.
 Fue la tarde del 19 de mayo de 1997 cuando, muy cerca de mi país natal, divisamos un enorme iceberg delante de nosotros. El capitán no tuvo más opción, que dar una vuelta de 90º . Mientras navegábamos, vecinos al iceberg, el capitán se percató de que había algo extraño dentro del hielo y detuvo el submarino. Yo me encontraba limpiando el sedimento de los torpedos y una vez terminada la tarea, entré a la parte superior del submarino, en los ventanales. 
Vi a toda la tripulación junto al capitán frente a ellos, mirando fijamente con pavor, pero no dije nada. Preferí guardar silencio y acercarme para ver lo que todos miraban, pero no logre ver nada más que, efectivamente, una enorme zona dentro del hielo muy obscura, tan grande como la vista dejaba ver. 
Intente sacar conclusiones, pero no me explicaba porque la tripulación estaba tan asustada hasta que un hombre grito:
‒ ¡Ahí está!
Todos volteamos rápidamente hacia los ventanales de la izquierda, y vimos un enorme tentáculo de calamar color verdoso que pasaba muy cerca de estos. 
Tenía la misma anchura del propio submarino y quien sabe que tan largo era. 
Me había unido al grupo de parálisis de los demás tripulantes y me di a la tarea de pensar, pero me era imposible concebir una simple idea.
 Dejamos de ver el gigantesco tentáculo por un momento. De inmediato, sentimos un golpe muy fuerte que sacudió todo. Unos rebotaron y otros nos estrellamos contra las paredes. 
Caí al suelo, mientras veía y escuchaba a toda la tripulación corriendo desenfrenada, gritando e incluso rezando. La única persona que conservaba una calma admirable, aunque no completa, era el capitán. De pronto él y yo observamos como el tentáculo comenzaba a rodear el submarino lentamente y ejercía presión, como si quisiera destruirnos; esto lo supe por la forma en que se tensaba. 
Más y más tripulantes se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo, fue entonces que el pánico se volvió todavía más grande. Sin embargo, el capitán seguía de pie, inerte, conteniendo el espanto que sentía por dentro y después, comenzó a gritar sin despegar la mirada del ventanal:
‒ ¡¿Qué demonios les sucede a todos?! ¡Preparen los torpedos!
Los gritos cesaron, parecía que las palabras del capitán habían tranquilizado a todos en el submarino, incluyéndome. Un tripulante se acercó muy acelerado, me tomó de la camiseta, alzándome y preguntándome:
‒ ¿Están listos los torpedos?
Lo mire ofuscado, con el susto reprimido y la nula posibilidad de responder. Él hombre me volvió a preguntar, esta vez gritando muy fuerte y enfadado:
‒ ¡Maldita sea, hombre! ¡¿Están listos los torpedos?!
‒ S… s… si ‒ Contesté farfullando.
El hombre me soltó y rápidamente, él y los demás tripulantes, bajaron a la cabina de disparo. Yo me tire en el suelo y abracé mis rodillas como si fuera un niño, mientras observaba como el capitán, con su quietud, ordenaba que dirigieran los torpedos hacia enfrente. Yo y muchos más cuestionamos con la mirada al capitán, ya que no había absolutamente nada delante de nosotros, pero se siguió su orden. 
El primer torpedo fue disparado y siguió su camino a la deriva. 
El tentáculo comenzó a dar vuelta al submarino rudamente, lo que me provocó un fuerte mareo, seguido del vómito que cayó sobre mis piernas y ensució todo mi uniforme. 
El capitán, que había resbalado por el fuerte giro, comunicó a los tiradores que aguardaran su orden para volver a disparar. 
La cabeza del submarino ya estaba casi frente al iceberg y nos dimos cuenta de que el tentáculo brotaba de adentro del hielo; parecía provenir de la mancha obscura que antes visualizamos. 
Todos estábamos muy tensos y asustados, hasta que el capitán grito.
 ‒ ¡Ahora!
El torpedo fue disparado y dio justo en el blanco (entre el hielo y el tentáculo). La enorme extremidad comenzó a retorcerse como si de una lombriz se tratase y después permaneció enrollada. La mayoría de nosotros se había tranquilizado, aunque por dentro, nos manteníamos demasiado atemorizados.
 El hielo comenzó a estremecerse. Todos miramos boquiabiertos como el iceberg se agrietaba en todas direcciones, pero el capitán reacciono rápido y se dirigió a la cabina de mando, elevando el submarino. 
Los tripulantes seguíamos con las miradas inmóviles, observando las tranquilas y desiertas aguas del océano. Parecía habernos librado de tal monstruosidad, parecía que todo había terminado y cuando ya estábamos a pocos metros de la superficie, bruscamente, el tentáculo volvió a tomar el submarino y a presionarlo de tal modo que este se partió en dos.
 En un instante todo se rodeó de agua, que llegaba como un golpe súbito y ensordecedor. Yo tenía los ojos cerrados, sintiendo el congelado mar en todo mi cuerpo, pero al momento de abrirlos, contemplé los cuerpos de la tripulación, elevándose lentamente, desmayados o muertos. El capitán, mirando hacia abajo, sacó su arma del estuche que portaba, estiró piernas y brazos, y con un enojo y desilusión, se dio un tiro en la cabeza.
Es duro imaginar el incontenible miedo que sentí al ver como un hombre, de tan grande orgullo, se quitaba la vida ante la terrible situación que estábamos viviendo. Tan incontenible como el pavor que sentí al bajar la mirada…
Un obscuro abismo, circular, profundo, rodeado de filosos dientes amarillos y acribillados, incrustados en una piel arrugada, grisácea y repugnante que se desvanecía a la vista por la insondable profundidad del océano. Estaba ligado a cientos, por no decir miles, de tentáculos iguales al que destrozó nuestro submarino; verdosos y opacos, enormes y con una longitud que apenas se puede imaginar. Enormes extremidades que se movían de manera ondeante, manteniendo a flote a la terrible bestia. La bestia que hoy conozco por el nombre: “Bloop”.

Era la última persona viva, de eso estaba seguro. Sin embargo, y a diferencia de los demás cadáveres, mi cuerpo no se elevaba, sino que se hundía cada vez más hacia las fauces del Bloop que, a rienda suelta, había empezado a succionarme. Comencé a sentir un pánico horrible, tenía tanto miedo que no pude hacer otra cosa más que intentar nadar hacia arriba, pero la succión del monstruo era más fuerte que mis inútiles piernas.
 Ya estaba casi dentro de él, cuando soltó un rugido capaz de hacer vibrar todo mi cuerpo. Estruendoso, gutural y único.   
Ante el inminente fin que me esperaba, recordé lo obscura que había sido mi vida desde que llegue a Europa. Convencido de que, al terminar mi servicio, lograría salvar a mi familia de la bancarrota, pero por dentro, sabía que jamás lo lograría. Lo supe desde el momento en que me ofrecieron el empleo, desde que me percaté de que el K141 era solo un prototipo y desde que me hice la pregunta: ¿Por qué le ofrecerían trabajo a un extranjero latinoamericano como yo? Claro, la respuesta no era de mi agrado. Había sido el esclavo de un país, de un ejército y, por supuesto, de mí mismo. Comprendí entonces las últimas palabras del fallecido capitán; “aún no es la hora” dichas como la representación de la escasa esperanza que aún le quedaba, la misma que para mí se había muerto semanas atrás. Y lo que me quedaba de libertad, estaba siendo succionado por una criatura más allá de lo inexplicable. Preso por el peso de mis discapacidades humanas, atrapado como una rata y cayendo en el obscuro final que siempre me había aguardado.
A nada de morir, volví a prestar atención a lo que acontecía. Mi mente estaba en blanco, mis sentidos no funcionaban, cualquier pensamiento o intriga sobre lo paranormal, no tenía ninguna importancia. Ese fue el momento final, el momento en que sentí el pánico y la desesperación más fuertes de mi vida. Al igual que el alivio, acompañado del sentir más profundo que ningún filósofo habría descrito jamás.  El momento en que todo se obscurece, en el que la vida pasa por la mente tan fugazmente que parece un simple sueño y, sobre todo, el momento en el que sentí, tan literalmente como es posible, que ya estaba muerto…
Lo que paso después no lo recuerdo muy bien, me dijeron que me habían encontrado flotando sobre un pedazo de hielo a la deriva y que, al encontrarme, comencé a llorar como un niño. Tal vez, por la felicidad de haber sido encontrado o por el espantoso evento que había vivido. 
Me llevaron a un buque norteamericano en el que me alimentaron y dieron cuidado. Después me hicieron preguntas sobre la razón de mi naufragio. Les conté todo, desde el nombre del submarino hasta el incidente con el Bloop. Obviamente solo se interesaron por el K 141 y dedujeron que lo demás había sido una alucinación. Aun así, nadie pudo explicar como un submarino soviético había sido destruido ni como un iceberg de cientos de kilómetros se había desprendido tan brutalmente.  Prefirieron no hacer una investigación ni hacer mención de lo sucedido ya que eso pudo haber hecho estallar una guerra (a mi parecer) entre la URSS y los EEUU. Por lo que decidieron no anunciar lo sucedido en la Antártida.
 A ningún país le convenía que un submarino nuclear, ruso, hubiese sido destruido cerca del continente americano y por el otro, a Rusia no le convenía que el prototipo de un submarino que sería tan importante, hubiera terminado como fallido. 

Como pude ver, ningún país decidió difundir la noticia por el miedo que tenían a una guerra, así que mi historia jamás fue contada. Los soldados americanos me llevaron a su país, en donde me dieron un hogar, un trabajo como mayordomo y una nueva identidad. Para mi país había desaparecido, para Rusia había muerto y para E.U era un inmigrante. Lo que haya pasado con mi familia o con algún problema o deuda de mi vida anterior, ya no era de importancia.
 No volví a saber nada acerca del Bloop e incluso creí que la presión que recibía por parte de los tenientes, pudo haberme causado una alucinación, mientras éramos atacados por algún submarino enemigo. No le di importancia en su momento, aún sabiendo que esa experiencia me había perturbado. Después de todo, había olvidado a la bestia. 
Fue tras varios años que escuché algo que no debí haber escuchado. “El misterioso sonido” así llamaban al pequeño error del gobierno americano, que dejó en vista lo que la NOAA había captado aquella tarde del 97 y así me di cuenta de que mi previa experiencia no había sido una alucinación. 

El vibrante rugido, no deja de retumbar en mi cabeza, como un recuerdo espeluznante.



dejo aquí como prueba el aterrador sonido y como un recordatorio de que no sabemos lo que se encuentra en el fondo oceánico. y que, así como el Bloop, mas misterios se esconden en los abismos, donde el hombre jamás llegara. 



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